• DE TODO UN POCO

    LA DISCUSIÓN

    Luciano Lamberti Javier suspira y da otra vuelta en la cama. Suspiro fuerte para que me escuche. Me pregunto qué hora es. Perdí hace rato la noción del tiempo, a lo mejor las cuatro, a lo mejor las cinco de la madrugada. Nos acostamos a eso de las dos y media, a la vuelta de una reunión en la casa de uno de sus colegas psiquiatras, donde comimos una picada, bebimos vino, fumamos marihuana y  charlamos, sentados en unos cómodos sillones rústicos que el psiquiatra tenía en el living. Volvimos temprano porque mañana yo entro a las ocho a la tienda y nos acostamos y Javier no dejó de dar…

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    LA BALADA DE DOROTHY PARKER

    Luciano Lamberti Está esta chica de la que quiero hablar.  Su nombre era J. A J. la conocí en una fiesta. Una fiesta de terraza, una fiesta tranquila con chillout y velas en los rincones. Yo tenía novia en esa época, estaba en la etapa final de una relación, digamos, y cuando bajé al baño me la encontré esperando su turno. Su comportamiento en ese primer encuentro, cosa de la que nos reiríamos después, dejó bastante que desear. Estaba drogada o borracha o ambas cosas a la vez. Vomitó en el piso, me manchó los zapatos. Supongo que eso debería haber sido suficiente, pero no. Volví a encontrármela de casualidad…

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    UNA CARTA QUE NUNCA LLEGÓ A RUSIA

    Vladimir Nabokov Mi adorable, mi muy querida y lejana, me imagino que no habrás olvidado nada en los más de ocho años que dura ya nuestra separación, si es que aún consigues recordar a aquel guarda canoso con su librea azul que ni se molestaba siquiera en mirarnos cuando hacíamos novillos para encontrarnos en aquellas mañanas heladas de San Petersburgo, en el Museo Suvorov, tan polvoriento, tan pequeño, tan semejante a una suntuosa caja de rapé. ¡Con qué ardor nos besábamos a espaldas de aquel granadero engominado! Y más tarde, cuando por fin nos liberábamos de aquellas antigüedades polvorientas y salíamos a la luz, cómo nos deslumbraba el resplandor de…

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    ACCIDENTE

    Naguib Mahfuz Hablaba por el teléfono de una tienda con voz bastante alta para hacerse oír a pesar del jaleo de la ruidosa calle de Al-Geis, inclinándose hacia el fondo de la tienda para alejarse lo más posible del bullicio. Acabó con un “espérame, voy en seguida”, colgó, cogió del mostrador una cajetilla de Hollywood y pagó al dependiente los cigarrillos y la llamada. Giró, ya en la acera, para dirigirse a la calzada. Tendría unos sesenta, más o menos. Alto, enjuto. Frente y ojos abombados. Barbilla roma. En la pulimentada superficie de su calva no quedaba más que algunos hilos blancos, iguales a los que le nacían en la…

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    LA MÁSCARA DE LA MUERTE ROJA

    Edgar Allan Poe La “Muerte Roja” había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre. Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los poros sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que la aislaba de toda ayuda y de toda simpatía, y la invasión, progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora. Pero el príncipe Próspero era feliz, intrépido y sagaz. Cuando sus dominios quedaron semidespoblados…