DE TODO UN POCO

CUANDO LOS ÁRBOLES TE IMPIDEN VER EL BOSQUE

Ricardo Ros 

La otra tarde iba caminando por un sendero que he recorrido mil veces. Bordea un río y se adentra por un pequeño bosque. Iba mirando al suelo y, de repente, levanté la vista. En medio del bosque siempre había habido una granja de animales, con una superficie de unos dos mil metros cuadrados. Cuando levanté la vista, la granja había desaparecido. Todos los edificios, establos y almacenes habían desaparecido como por ensalmo y quedaba sólo el terreno vacío en medio del bosque. Pensé que si no hubiera levantado la vista no me habría dado cuenta de que habían tirado aquellas edificaciones. No quedaba ni rastro, pero yo paso por allí dos o tres veces a la semana y no me había fijado en su desaparición. ¿Y si llevaba varias semanas o meses así y yo había pasado sin mirar?

Pasamos por la vida sin mirar. Nos metemos en nuestros bucles cotidianos, repetimos y repetimos los mismos gestos, los mismos pensamientos. Miramos siempre a los mismos sitios. Centramos nuestra atención siempre en las mismas cosas. Y nos perdemos todo lo demás.

Pensamos, pero no percibimos. Los pensamientos nos absorben, llenan todo nuestro ser y llegamos tristemente a pensar que la realidad es nuestro pensamiento, confundimos la realidad con lo que pensamos. El pensamiento se adueña, el pensamiento se hace uno conmigo mismo, y me lleva a creer que el pensamiento es la realidad.

El pensamiento funciona por repetición. Y como los pensamientos se repiten una y otra vez, al final esos pensamientos me impiden ponerme en comunicación con el mundo. Y cuando los pensamientos bloquean la relación con la realidad, ni siquiera mis ojos son capaces de ver, ni mis oídos de escuchar, ni mis sensaciones de percibir lo que realmente está ocurriendo fuera de mí. 

Hoy he vuelto a pasear por el bosque. Me he sentado bajo un árbol. He cerrado los ojos y he escuchado los cantos de los pájaros, el ruido de las hojas otoñales que ya comienzan a caer, el murmullo lejano del río, crecido tras las últimas lluvias. Después he abierto los ojos. Y sin oír nada, he mirado. Unas hormigas trabajaban incansables. Unos petirrojos hacían cabriolas sobre unas matas. Unas campanillas trepaban por un seto. He vuelto a cerrar los ojos y he tocado. La hierba. El tronco del árbol. Una piedra. Después he olido. Olores mezclados de hojas caídas, flores en decadencia, corteza de castaño. Una suave brisa sobre mi piel. Y, por último, he sentido. Mi infancia, el final del verano, el recuerdo de un beso adolescente.

Cuando lo he mezclado todo, percepciones y sentimientos, sin dejar que el pensamiento tome el mando, he sabido lo que significa vivir. 

Fuente: http://www.ricardoros.com 

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