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LOS HIELEROS Y LA EVOLUCIÓN HUMANA
Gonzalo Peltzer Hieleros se llamaban los que bajaban desde la cima del cerro con bloques de hielo para satisfacer las necesidades de frío de los “señores” de Riobamba. Todavía queda alguno, ya viejito, de esos esforzados que hasta hace poco subían con sus mulas a buscar los bloques de hielo que vendían en el mercado para enfriar alimentos, para hacer helados y hasta para que alguno de sus clientes se tome un whisky on the rocks con cubitos congelados hace 5.000 años a 6.000 metros de altura. Un buen día se fue al demonio el negocio de los hieleros de Riobamba y de los que fabricaban hielo…
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LOS HIJOS DE SÁNCHEZ
Salvador Elizondo En el último patio de la casa viven los hijos de Sánchez. El portero, hombre rudo y escuetamente servicial, a quien llamamos Lencho, los mantiene encerrados tras invencibles cerrojos y candados. Una vez al año los suelta y les permite que vaguen en libertad por todas las viviendas. Luego, al caer la tarde, los congrega en el arranque de la torcida escalera de fierro y los vuelve a conducir a su encierro en el patio trasero, del que no volverán a salir hasta que haya pasado un año. No son muchos, pero sí suficientes para que toda la hiel acumulada por los inquilinos en doce…
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LA RATONERA
Fernando Iwasaki Perdí el último autobús y tuve que caminar hasta la Plaza de las Ánimas para tomar el ómnibus de medianoche. No había nadie en el paradero y el frío condensaba fantasmas que brotaban siniestros mientras respiraba. A través de la niebla surgió de pronto el autobús. Cuando pagué al conductor me sobrecogió su mirada de peluche triste, como de oso venido a menos o de rata que quiere ir a más. Pensé en que así sería la cara desconsolada del gato de Cheshire y me senté ensimismada en el primer asiento que encontré. El ruido que hacía una señora frente a mí me arrancó…
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UN CUENTO DE TERROR
Mempo Giardinelli No respondió. No pestañeó, no se le movió un solo músculo, no intentó siquiera un mínimo gesto. Simplemente miró al hombre, pero sin verlo, como a una ilusión vieja. Erguido, sereno, analizando la sorpresa, midió su asombro con un quietismo alerta que no era otra cosa que su única manera de reprimir la manifestación de su pavura. -Mi nombre es Rogelio Budman -repitió el hombre-. Usted ya me conoce. Parecía abarcar todo lo ancho y lo alto de la puerta. Lo miraba fijo a los ojos, con la actitud cortés -o amenazante- de quien espera que lo inviten a pasar de una vez. Serio…
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EL TÍTULO
Federico Jeanmaire El Chino le pidió que se quedara; que no fuera a dejarlo solo, por favor, le rogó en su media lengua. Ya eran las seis y diez de la tarde y ella no podía ni quería quedarse: tenía que pasar por su casa, bañarse, cambiarse ese ridículo uniforme que le hacía poner el Chino por alguna otra ropa más decente, pintarse un poco, peinarse y estar en la nocturna a las siete en punto, le iban a entregar el diploma. Por favor, hoy necesito que se quede, le repitió el Chino casi con lágrimas en los ojos. Pero no. Ella no aceptó.…