LITERATURA

BAR ORSAI, BORRACHERAS DE ALEGRÍA

 

 

Hernán Casciari

 

Hay bares que se destacan por el decorado, bares que son pura moza llena de tetas, bares con propuestas originales, y bares en los que lo más importante es la gente que los frecuenta.

 

Estos últimos son los que me gustan, después del que viene con tetas.

 

Estoy convencido de que el pulso de una ciudad se mide de uno y otro lado de la barra. Es lo primero que quiero ver cuando llego a algún lado: me gusta hacerles preguntas boludas a los mozos, escuchar conversaciones de otras mesas, mirar por los ventanales cómo pasan los autos.

 

El sábado por la noche conocí, por fin, un bar que nació de una sucesión increíble de buenas voluntades puestas al servicio de un sueño: seguir leyendo y celebrar las letras impresas que cruzan los mares en busca de sus lectores.

 

Cuando la Revista Orsai salió por primera vez, fue como una ficha de dominó que no ha dejado de golpear a otras fichas, generando un fenómeno que, me juego las bolas, es el proyecto editorial más interesante de la década. La apuesta de Orsai no ha dejado de subir. Una apuesta ambiciosa pensada para los lectores, una apuesta que llegó, por ejemplo, hasta el Twitter de Aníbal Fernández.

 

Recomiendo mucho la crónica alucinante de Hernán sobre el tema.

 

Si me apurás, te digo que el crecimiento de algunas iniciativas culturales no es casual. Creo que responde a muchas necesidades encausadas en el mismo sentido. Orsai es eso, una corriente alterna, vigorosa y llena de ternura, que ahora tiene sucursal en Buenos Aires.

 

Pero les cuento cómo me chupé en la inauguración, que va a ser menos solemne.

 

Al comienzo dije que los bares ofrecen cosas distintas. Yo llegué a San Telmo, donde está Bar Orsai, a eso de las cuatro de la tarde; tres horas y media antes de lo que decía la invitación. San Telmo es un lugar extraño, como la nave nodriza de la que se desprenden todas las ferias de antigüedades del resto del país. Hay negocios llenos de candelabros con cositas de colores, mesas interminables dobladas por el peso de llaves y muñecas antiguas, y gente que baila tango en las esquinas.

 

Elegí sentarme en la plaza, cuadriculada de mesas y sillas que pertenecen a los bares de las calles que la rodean; Orsai estaba cerrado.

 

Nunca supe qué local era, por ejemplo, el que me trajo las cervezas. Pero sí supe que, además de la bebida y el maní, también servían palomas vivas. Jamás había visto semejante impertinencia en un ave. Apenas el mozo me dio la espalda, por ejemplo, mientras yo mandaba garguero abajo el primer trago, cayeron en picada tres bichos enormes sobre la mesa. Escuché el golpe antes de verlos, así que casi escupo la bebida del cagazo.

 

Palomas. Azuladas, cocoritas, sacando pecho.

 

Sin mediar palabra, acercaron sus picos sobre el plato y empezaron a afanarme los maníses. Me enojé y traté de espantarlas, pero sólo conseguí voltear el arreglo floral de la mesa. Volvieron a la carga. Querían el maní, estaban dispuestas a cualquier cosa. Sentí esa invasión como una ofensa, y me dispuse a combatirlas con todo lo que encontré a mano, pero no hubo caso. Cuando observé bien el brillo sanguíneo de sus ojos, desistí.

 

Pelear con animales me estresa, así que me puse a leer un libro.

 

Al quinto vaso de cerveza ya estaba muy de amigo con los bichos. Tanto, que pedí maní a propósito y se los fui tirando debajo de otras mesas, para ver cómo reaccionaban los turistas.

 

Llegué al Bar Orsai a las seis, más o menos.

 

Hacía mucho que no veía a Comequechu, así que nos fundimos en un abrazo, con la promesa de volver a medirnos en una mesa de póker donde pudiéramos ajustar viejas cuentas. También conocí a Tonga, el distribuidor por excelencia de las revistas en este lado del mundo. Tonga es también como una nave nodriza de la que salen otros distribuidores.

 

Aquí ambos posan frente a la biblioteca Orsai. ¿El foco? Bien, gracias.

 

Seguí brindando de alegría. Había un amague de fernet que no terminaba de consumarse, así que me lo tomé con calma. Esta sería la noche de los autores que colaboramos con los cuatro números de 2011, así que no quería quedar como el boludito que andaba a cuatro patas saludando gente.

 

La noche anterior había sido el turno de los ilustradores; hubo retratos a mansalva, dedicatorias con dibujos, caricaturas, lo que se les ocurra. El comentario general era que, sin embargo, el salame fue el gran protagonista, así que esperaba ansioso la bandeja.

 

Llegó casi al mismo tiempo que Horacio Altuna, ya un habitué de Bar Orsai.

 

Horacio se sentó a la mesa donde yo estaba y tuvimos una pequeña contienda para determinar quién sacaba las últimas rodajas de chacinado. Esgrimí el argumento contundente de que él había probado el embutido y yo no, así que por fin zanjamos el problema. Esta es la foto de la reconciliación:

 

Abandoné la mesa donde estaban Cristina y Hernán, y salí a fumar al patio. Ahí tuve chance de conversar, muy poquito, con Carolina Aguirre. Después de cruzar montañas de mails, por fin nos vimos. Fue un encuentro fugaz porque después nos perdimos en un mar de gente. Lo mismo me ocurrió con Bernardo Erlich. Dos de las muchas razones que tengo para reincidir.

 

Conocí también a Ana Prieto, que hace en el número tres una nota hermosa sobre el fenómeno Harry Potter. La pobre Ana perdió un par de billetes en la barra. Brindamos con ella y con Pedro Mairal para pasar el mal trago.

 

En un momento vi que estábamos charlando de literatura y de cosas muy serias, así que me alegré cuando un señor bajito que pasaba por ahí nos puso un hielo en el culo a Mairal y a mí.

El reencuentro con el Hernando me puso contento, aunque en la misma medida me entristeció no poder verlo al Chiri. Si llegara o llegase a leer estas líneas, le dedico un “faltar es de putos”, para descargarme. Una ausencia enorme que se plasmó en las caras atribuladas de la imagen que sigue:

 

Y si de putos hablamos, también pude charlar un rato con el gran Xtian, de Puto y aparte, uno de mis blogs favoritos de Buenos Aires.

 

La noche discurrió entre brindis y abrazos. Entre puchos y hojeadas de libros y revistas. Hernán firmó como un animal, así que entre todos tuvimos que sostenerlo para que no cayera fulminado por el cansancio. Mairal le puso un vaso de bebida fría en el hombro y otro en la mano, para calmarle los metatarsos:

 

El fernet corría ya por la barra de manera vertiginosa. Los amigos del otro lado del mostrador son buena gente, imposible no quererlos. Acá, ponele, una foto con López y Leo, que me invitaron a conocer la trastienda:

 

Grueso error.

 

Una vez de aquel lado, me dio mucha intriga ver cómo hacen los porteños para preparar fernet, una cosa que a todas luces sólo hacemos bien los gordobeses. López infló el pecho y me aclaró que él no tenía nada que envidiarnos.

 

—Momentito, López —le dije.

 

Quería certificar que el proceso fuera correcto, así que estudié bien sus movimientos, sus goteos, la manera habilidosa de trabajar la espuma y la dosificación de los hielos. Increíblemente, era un buen trabajo:

 

Tanto así, que para el cierre de la noche yo ya tuve que sacarme, ante López, el sombrero.

 

Muchas otras cosas pasaron. Hubo desnudos muy cuidados, gente que se rió hasta las lágrimas, un emotivo discurso del Hernando para recibirnos a todos, y una cantidad de salame con pan galleta que te caés de orto. Vayan al Facebook y pónganle Me gusta, que es una forma de pedir más embutidos para futuras jornadas.

 

Una gran noche, la de Orsai. Como pocas.

 

Me pasan por la cabeza postales difusas del resto de la velada. Recuerdo vagamente gente que va y viene a través de un gran angular. Conversaciones con seres que hablaban con voz de cassette a punto de perder la cinta en el estéreo.

 

Ya para mi última incursión al baño, escaleras arriba, me sentía el Dr. Xavier de los X-men.

 

En un momento, por elipsis borrachal, aparezco en el bar casi vacío, mientras el sol incendia las ventanas. Comequechu lleva días enteros sin dormir para llegar a la inauguración, tiene cara de Koala después de un parto.

 

Es hora de volver.

 

Estoy alojado en el hogar de un lector lo suficientemente generoso como para hospedarme a pesar de los ronquidos. Llego a la cama cuando el sol está alto y caliente. Antes de desmayarme, reflexiono a medias sobre lo bonito que es que una revista dé tantos premios más allá de las historias sobre sus hojas. O algo así. Estoy contento. Chupado y contento.

 

Ha sido un camino largo; puta si había que brindar por eso.

 

Fuente: http://peinatequevienegente.com

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