LITERATURA

CUPIDO EN HEMOTERAPIA

 

 

Hernán Casciari

 

Esta historia se puede contar en dos planos diferentes de la ciudad. Por un lado tenemos a Juan Pablo, que camina tranquilo por una calle de la zona sur, una noche de verano del año 2012. Tiene treinta y seis años, una novia de toda la vida, unos amigos que lo quieren mucho, quizás un perro. Esto del perro no lo sé porque no lo pone en el mail donde me contó su historia, pero bien podría tener un perro.

Por el otro lado tenemos a Bárbara que, a la misma hora de la misma noche, camina con paso firme hacia un hospital de la zona norte. Ella estudia medicina —le va muy bien— y va a hacer un reemplazo en hemoterapia. Bárbara tiene veintitrés años, un amigo que quizás podría ser un novio, dos padres que viven juntos, etcétera. Una vieja diría que tiene toda la vida por delante.

Juan Pablo, de treinta y seis, y Bárbara, de veintitrés, no se conocen. No tienen edades similares ni gustos afines. Ni siquiera viven cerca. Según Facebook, no comparten amigos en común. Según Google Maps, nunca estuvieron a menos de siete kilómetros el uno del otro. Según Foursquare jamás pisaron el mismo restaurante. En Twitter hablan de series que no son las mismas.

Pero esa noche de 2012, mientras ella va al hospital a hacer su reemplazo de hemoterapia y él camina solo por la calle, pasará algo.

Para empezar, a Bárbara le ofrecen un puesto fijo en el hospital. Tras su alegría, le dicen que vaya a ver a un superior para hacer el papeleo. Ella sube la escalera y va a donde le indican.

A esa misma hora, pero siete kilómetros al sur, a Juan Pablo se le acerca un hombre por detrás y le pide la billetera. Él se da vuelta para hacer lo que le indican, pero el desconocido se asusta y le pega dos tiros por la espalda.

El desconocido se asusta y se va.

Juan Pablo agoniza en la calle.

Media hora más tarde Bárbara le está contando a una enfermera que quizás se quede a trabajar allí (se lo cuenta con alegría) cuando a sus espaldas entra en camilla Juan Pablo. Está inconsciente y entubado. Bárbara no lo ve ni tampoco sabe que, a esa hora de la madrugada, las posibilidades de que Juan Pablo sobreviva a los disparos son de un siete por ciento.

Sin embargo en las siguientes dos horas Bárbara nota un cambio en la rutina del hospital. De repente empieza a llegar muchísima gente, sobre todo gente joven. Ojos en compota, rostros desencajados. Todos preguntan por un tal «Juan Pablo».

Por lo visto, piensa Bárbara, Juan Pablo es alguien con muchísimos amigos; todos quieren donar sangre, todos lloran. El nombre y el apellido de Juan Pablo se convierten en el sonido más recurrente del primer día de trabajo de Bárbara.

A los dos días Bárbara conoce por fin al personaje, que está en un coma inducido desde su ingreso al hospital. Entra a verlo por curiosidad. Elige una tarde en donde los padres de Juan Pablo, su novia y sus amigos no están. Bárbara pasa a la habitación, sigilosa, porque quiere ver quién es esa persona por la que tanta gente se deja sacar sangre todo el tiempo.

Y en la sala del hospital, esa tarde, pasa algo que no tiene lógica: Bárbara se enamora de la persona que duerme en la cama. Se enamora sin una razón, pero al mismo tiempo sin remedio y para siempre.

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Dos años después Juan Pablo sigue internado. Bárbara nunca jamás le dirigió la palabra. Él, de a poco, empieza a mejorar. Estamos ahora en el año 2014 y Juan Pablo acaba de entrar al quirófano para someterse a la vigésima operación de médula, que también será la última. En esos dos años, Bárbara decidió quedarse a trabajar en el hospital, y también tomó la decisión de amar a Juan Pablo en silencio.

Ella conoció y conversó con la novia de Juan Pablo, con algunos de sus amigos, con los padres, con el cirujano; pero nunca jamás insinuó nada sobre sus sentimientos. Las únicas personas que conocían el secreto de Bárbara eran unas pocas enfermeras y el médico de Juan Pablo, a quien Bárbara le preguntaba bastante por el paciente.

En 2015 Juan Pablo dejó por fin el hospital y volvió a su casa. Bárbara sufrió muchísimo no verlo más diariamente, pero había dos buenas noticias que le apaciguaban la tristeza: Juan Pablo tendría que volver una vez por semana para hacerse chequeos; esa era la primera buena noticia.

La segunda era más bien una sospecha: Bárbara creía, por algunos detalles, que Juan Pablo y su novia no estaban más juntos. (La novia ya no venía tanto y, cuando lo hacía, el trato con sus suegros era distante.)

En 2016, cuatro años después del asalto que casi lo mata, Juan Pablo volvió una mañana al hospital para hacerse unos controles y entonces su médico, antes incluso de saludarlo, le dijo:

—Juampi, vos perdoname, pero tengo que hacerte una pregunta —el médico lo miró a los ojos y se puso algo colorado, porque los médicos no están acostumbrados a convertirse en cupidos, y siguió:— ¿Vos no estás más con tu novia, no? ¿Estás soltero?

Juan Pablo dijo que sí, pero no sabía a qué venía esa pregunta. Entonces el médico sacó un papel del bolsillo y se lo dio.

—Tomá —le dijo—. Llamá a esta chica por favor, porque acá ya no la aguantamos más.

En el papel estaba el nombre de Bárbara, su apellido y un celular.

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Juan Pablo volvió esa tarde a su casa y buscó a la chica en las redes sociales, porque no tenía la menor idea de quién podía ser. Bárbara había sido extremadamente discreta durante esos cuatro años. Entraba a verlo cuando él estaba en coma o dormía. Nunca había intentado hacerse amiga de él ni de su familia. Había sido extremadamente cuidadosa y profesional. Por eso él no tenía la menor idea de su existencia.

En Facebook aparecieron tres personas con ese nombre y apellido. Pero él supo inmediatamente cuál de las tres era ella.

Al día siguiente era invierno; era agosto de 2016. Y Juan Pablo llamó por teléfono a Bárbara. Y hablaron, por primera vez en cuatro años.

Hace tres días Juan Pablo me mandó un mail donde me contó esta historia de punta a punta. Después pude hablar un rato con él por teléfono para confirmar algunos detalles de la historia. Otros en cambio me los imaginé por falta de tiempo. Pero el grueso de los hechos es real. Me decidí a contarlo porque el último párrafo del mail me conmueve mucho cada vez que lo leo. Juan Pablo me dice:

“Ahora hace seis meses que estamos de novios… Ella está por cumplir veintisiete y está más buena que comer pollo con la mano. Yo tengo cuarenta y durante un montón de años ella estuvo al lado mío y yo no la vi. Ahora, después de veinte operaciones de médula, después de dos meningitis, después de una hidrocefalia, estoy en silla de ruedas.

Pero me lleva ella.”

 

Fuente: http://editorialorsai.com

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