LITERATURA

TE CANSAS EN ARKANSAS

 

 

Gino Winter

 

El Little Rock National Airport de Arkansas me hizo acordar, por su tamaño, al antiguo aeropuerto Jorge Chávez de Lima. Claro que la capital de Arkansas tenía sólo algo más de cincuenta mil habitantes, mientras que en Lima teníamos las mismas facilidades para ocho millones de galifardos. En esta ciudad nació el entonces presidente Bill Clinton, por lo cual teníamos que soportar su imagen hasta en las cucharitas de té (literalmente). Arkansas (se pronuncia Árkansa), en el Centro-Sud-Este de USA, es un estado minero, industrial y agropecuario, es el primer productor de arroz y tiene el 40% de su territorio ocupado por granjas, lo que lo convierte en el Rey del Pollo en USA. Mark Twain escribió mucho sobre estas tierras del Mississippi, sobre todo las famosas Aventuras de Huckleberry Finn.

 

Nos hospedamos en el hotel de cuatro estrellas que la compañía de software All Tel tenía cerca de su centro de entrenamiento, evitando pasar por el Down Town de la ciudad, donde unos negrazos, perdón, afroamericanazos, estaban haciendo disturbios en una manifestación antirracista. Cuando mi profesora de primaria me obligaba a decirles morenos o mulatos, mis amigos negros de Barrios Altos me decían que me deje de mariconadas, que ellos eran negros, a mucha honra; pero por estos lares a los muchachos color teléfono no les gusta la palabrita y se la saben en varios idiomas, así que mucho cuidado, que fácil pasan los dos metros de altura…

 

Fuimos un grupo a almorzar al Maccarroni’s Grill y al terminar nos dimos cuenta de que el hotel quedaba a menos de un kilómetro de distancia, así que aprovechando la resolana y la brisa fresca, decidimos caminar, llegando hasta el final de una explanada en donde se suponía que habría una escalera para bajar hasta la vereda… Lamentablemente sólo había un terraplén de maleza y el loco Moyano, el elegante gerente de organización a quien le decíamos Bruce Willis (duro de matar, por los tres by passes que le habían hecho en el corazón y seguía vivo), empezó a maldecir al de la idea y sugirió regresar por las cinco cuadras recorridas y tomar un taxi remisse, como haría cualquier ejecutivo decente en vez de estar jugando al guanaco… Les pedí que me dejen hacer la prueba, ya que me sentía agilito por los kilos recientemente perdidos, y bajé corriendo sin parar hasta la vereda, despertando el espíritu aventurero del grupo, que fue bajando la cuesta uno por uno. Sólo quedaba Moyano, enfundado en su impecable Ermenegildo Zegna azul, camisa Staford, corbata Hermes de seda con pisa-corbata de oro haciendo juego con sus gemelos y pitillera, todo rematando con un finísimo impermeable de piloto de Air France…

 

Moyano se armó de valor y a pesar de sus casi setenta años empezó a bajar la cuesta, pero por tratar de hacerlo con elegancia, cayó rodando los veinte metros hasta que terminó al borde de la pista, abrazado a la base de un poste de luz y señalando su prótesis dental que luego rescatáramos del medio de la pista y se la colocó como casete sin siquiera limpiarla por el apuro… Nunca escuché mentar la madre de tantas maneras diferentes… Empezamos a creerle a Moyano cuando decía que su infancia había transcurrido en La Punta, en el colegio Dos de Mayo del Callao…

 

El lugar sirvió de referencia para todos los peruanos que querían ir a los restaurantes de la zona; desde ese día fue conocido como «Bajada Moyano». Esa noche nos fuimos «a comer un cadáver»—como decía Moyano— al Steak House, pero Moyano no salió de su habitación… sólo salía un olor a frotación Charcott con árnica y un apenas perceptible quejido lastimero…

 

Fuente: https://cronicasilegales.blogspot.com

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