LITERATURA

SOBRE EL CANAPÉ

 

 

Gabriel García Márquez

 

Fue una boda preciosa. La novia destacaba al lado de su futuro marido. Vestida de blanco y sus mejores galas daba el sí quiero a una vida cargada de amor, llantos, cuatro hijos y un sinfín de emociones sobre el maravilloso canapé verde. Era muy feliz y sabía que aquel hombre estaba dispuesto a dar lo mejor de sí mismo para tratarla como una verdadera reina.

El momento de llenar de leche el cacharro llegaba por la tarde, cuando ella sostenía las cabras mientras él ordeñaba sus gigantes ubres. Para el niño con los cachetes colorados, que merodeaba por los patios de vez en cuando, parecía bastante fácil el hecho de ordeñar aquellas ubres tan vistosas, sin embargo, quien no posee la práctica suficiente no es capaz de extraer ni una gota de leche. Es imprescindible apretar encima del pezón con el pulgar doblado y estrujar con el resto de los dedos para abrir la válvula mamaria. Y después soltar para que vuelva a su posición de cierre. No obstante, el Señor de la casa conocía esta magnífica técnica desde su infancia y hacía que ella, según caían las gotas de leche, se preguntara diariamente si toda la vida iba a ser tan feliz como lo había sido hasta entonces.

Siempre solían ir con el resto de la familia a determinadas fiestas. Las famosas Ferias de ganado del Norte o la admirable Feria de artesanía de Pinolere eran algunos de los eventos más habituales. Las Ferias de ganado son uno de los actos más antiguos de la isla, en el que las diferentes figuras religiosas salen en procesión y bendicen el ganado. El Señor, siempre con su sombrero típico, lloraba ante tal evento. No había otra cosa en el mundo que le gustara tanto como ver aquellas criaturas en su momento más celestial. Un espectáculo fascinante donde el ganado vacuno junto al ovino, el equino y el caprino, destapan su alma para alcanzar el culmen de la protección. La Feria de artesanía, en cambio, desenmascara las tradiciones y creaciones artesanales más trascendentes de las islas. Les quedaba a dos pasos de su casa. Era un lugar mágico lleno de objetos extraños que los antepasados usaban para realizar tareas domésticas. Ella vigilaba en todo momento a su marido a pesar de mostrar una gran curiosidad por los enseres de costura. Él, por el contrario, buscaba el chiringuito más cercano para tomarse el vino y unos pinchitos morunos con el niño de los cachetes colorados. Al finalizar la jornada, llegaban a casa y se sentaban sobre el canapé para hablar de todo lo sucedido durante el día.

Muchas mujeres de la época fueron educadas para idealizar el amor y depender del hombre de una forma excepcional que hoy en día no es tan beneficiosa. Ella no iba a ser menos, tratando siempre de organizar las cosas teniendo en cuenta a su marido como máxima prioridad. Sin embargo, era una de «las más sabias» y sus natillas de leche de cabra eran la mejor exquisitez que alguien podría probar. Tanto sus hijos como las personas que las llegaban a degustar daban fe de aquel espléndido manjar. Todo era muy casero.

En la época que comenzaba a funcionar el colegio, ella nunca dejó que el niño de los cachetes colorados fuese solo a clase. La madre ponía plena confianza en ella y si él necesitaba cualquier material para la clase de talleres, ésta lo buscaba por cielo y tierra. Como la varita mágica hecha con la rama de un árbol o el huevo de Pascua de sus propias gallinas que estalló en plena clase porque no hubo tiempo de guisarlo. Era una mujer muy protectora.

Todo cambió una horrible noche. Su marido, el Señor del sombrero oscuro, había muerto a su lado. De alguna manera su capacidad de raciocinio se detuvo. La muerte de un ser querido es la experiencia más desgarradora por la que puede pasar el ser humano. Es parte inevitable de la vida adulta y el riesgo de vivirla crece según pasan los años. Frente a su ausencia, parecía que solamente el retorno del ser amado podría significar el único y verdadero consuelo que le quedaba. Era imposible sin duda. Él ya estaba muerto y ella consideraba que moría también, pero de amor por él. El tiempo secó todas sus esperanzas e ilusiones, haciendo que su cuerpo se apagara lentamente. Como la cera de una vela, como la luz de un atardecer.

 

«En todo momento de mi vida hay una mujer que me lleva de la mano en las tinieblas de una realidad que las mujeres conocen mejor que los hombres y en las cuales se orientan mejor con menos luces»

 

Fuente: http://quebraderosunayotravez.blogspot.com/

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