• DE TODO UN POCO

    AMANTES ASESINADOS POR UNA PERDIZ

    Federico García Lorca Los dos lo han querido —me dijo su madre. —¿Los dos…? No es posible, señora —dije yo—. Usted tiene demasiado temperamento y a su edad ya se sabe por qué caen los alfileres del rocío. —Calle usted, Luciano, calle usted… No, no, Luciano, no. —Para resistir este nombre, necesito contener el dolor de mis recuerdos. ¿Y usted cree que aquella pequeña dentadura y esa mano de niño que se han dejado olvidada dentro de la ola, me pueden consolar de esta tristeza? Los dos lo han querido —me dijo su prima—. Los dos. Me puse a mirar el mar y lo he comprendido todo. —¿Será posible que…

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    LAS CHICAS DE LA YOGURTERÍA

    Pilar Dughi —En esta ciudad no se puede ser alegre y bonita —rezongó Lucha—, porque la gente murmura. La mujer pareció no entenderla. —Olvídelo, estaba pensando en voz alta —continuó. —¿Usted la conoce? —preguntó la mujer. —Bueno, la he visto en la yogurtería. —Ah, Luchita, mejor no se junte con ella —afirmó sentenciosa la mujer, que era una empleada de la municipalidad, muy habladora y conocedora de los chismes de la localidad. Le gustaba comentárselos a Lucha cada vez que la veía. Lucha sonrió débilmente y se despidió. La mujer le hacía perder tiempo. Desde que llegó a Ayacucho, hizo algunas amistades sin mucho esfuerzo. Tenía cinco meses en la…

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    SUB SOLE

    Baldomero Lillo Sentada en la mullida arena y mientras el pequeño acallaba el hambre chupando ávido el robusto seno, Cipriana con los ojos húmedos y brillantes por la excitación de la marcha abarcó de una ojeada la líquida llanura del mar. Por algunos instantes olvidó la penosa travesía de los arenales ante el mágico panorama que se desenvolvía ante su vista. Las aguas, en las que se reflejaba la celeste bóveda, eran de un azul profundo. La tranquilidad del aire y la quietud de la bajamar daban al océano la apariencia de un vasto estanque diáfano e inmóvil. Ni una ola ni una arruga sobre su terso cristal. Allá en…

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    RIDDER Y EL PISAPAPELES

    Julio Ramón Ribeyro Para ver a Charles Ridder tuve que atravesar toda Bélgica en tren. Teniendo en cuenta las dimensiones del país, fue como viajar del centro de una ciudad a un suburbio más o menos lejano. Madame Ana y yo tomamos el rápido de Amberes a las once de la mañana y poco antes de mediodía, después de haber hecho una conexión, estábamos en el andén de Blanken, un pueblo perdido en una planicie sin gracia, cerca de la frontera francesa. —Ahora a caminar —dijo madame Ana. Y nos echamos a caminar por el campo chato, recordando la vez que en la biblioteca de madame Ana cogí al azar…

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    EL VESTIDO VERDE ACEITUNA

    Silvina Ocampo Las vidrieras venían a su encuentro. Había salido nada más que para hacer compras esa mañana. Miss Hilton se sonrojaba fácilmente, tenía una piel transparente de papel manteca, como los paquetes en los cuales se ve todo lo que viene envuelto; pero dentro de esas transparencias había capas delgadísimas de misterio, detrás de las ramificaciones de venas que crecían como un arbolito sobre su frente. No tenía ninguna edad y uno creía sorprender en ella un gesto de infancia, justo en el momento en que se acentuaban las arrugas más profundas de la cara y la blancura de las trenzas. Otras veces uno creía sorprender en ella una…