• DE TODO UN POCO

    LA NOCHE DE LA TRAPA

    Germán Espinosa Nadie que, hacia la medianoche de aquel viernes de marzo, hubiese cruzado el paraje poblado de arbustos a cuya vera se alza el Monasterio de Nuestra Señora de la Trapa, había advertido la presencia de un tipo alto, bastante entrado en años que, embozado materialmente en el cuello de su gabán se aproximaba al alto portón señoreado por el escudo de los cistercienses reformados. El viento era frío y sacudía uno que otro tallo raquítico, mientras se oía allá lejos la voz unísona con que los monjes entonaban motetes corales de tiempos de Orlando de Lasso. Una máscara de nubes envolvía la luna y la oscuridad era casi…

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    JACQUES

    María Fernanda Ampuero A ti, Jacques, justo a ti. Vino ella, monstruosamente guapa. No mandó a nadie, se acercó ella misma, cubierta con una capucha, a la barraca inmunda que compartías con los otros hombres. Cuando se descubrió, todos, hasta los más borrachos, se levantaron, se pusieron firmes. Tú no. Tu habilidad te volvía insensato. Tu insensatez te volvía hábil. En ningún caso te ibas a poner firme, ya, ante nadie. Ella no te iba a mandar a ejecutar. A cualquiera menos a ti. Ella lo sabía, ellos lo sabían, tú lo sabías. No tuvo que preguntar, ni decir tu nombre, aunque lo tenía en la boca, en la lengua,…

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    CONFINADOS

    Marcelo Birmajer Lapacho nunca había aprendido a disfrutar de la música clásica, ni del jazz. Ni del whisky blue label. Había intentado, desde su juventud, ser sensible a los acordes de Armstrong, Ellington, Marsalis, pero sin suerte. No podía dedicar más de quince minutos a escuchar Bach, Beethoven o Mozart. Se aburría. Inmediatamente giraba al rock nacional, las baladas y los boleros. Se le escapaban las pinturas y las esculturas de los museos. Intuía en secciones del arte contemporáneo un dejo de chantada, como en la filosofía de Zizek o en las astracanadas de Lacan; pero tampoco en las grandes obras de los verdaderos artistas era capaz de prodigar su…

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    HISTORIA DE UNA HORA

    Kate Chopin Sabiendo que la señora Mallard padecía del corazón, se tomaron muchas precauciones antes de darle la noticia de la muerte de su marido. Fue su hermana Josephine quien se lo dijo, con frases entrecortadas e insinuaciones veladas que lo revelaban y ocultaban a medias. El amigo de su marido, Richards, estaba también allí, cerca de ella. Fue él quien se encontraba en la oficina del periódico cuando recibieron la noticia del accidente ferroviario y el nombre de Brently Mallard encabezaba la lista de «muertos». Tan sólo se había tomado el tiempo necesario para asegurarse, mediante un segundo telegrama, de que era verdad, y se había precipitado a impedir…

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    LA MUERTE DE LOS ARANGO

    José María Arguedas Contaron que habían visto al tifus, vadeando el río, sobre un caballo negro, desde la otra banda donde aniquiló al pueblo de Sayla, a esta banda en que vivíamos nosotros. A los pocos días empezó a morir la gente. Tras del caballo negro del tifus pasaron a esta banda manadas de cabras por los pequeños puentes. Soldados enviados porla Subprefectura incendiaron el pueblo de Sayla, vacío ya, y con algunos cadáveres descomponiéndose en las casas abandonadas. Sayla fue un pueblo de cabreros y sus tierras secas sólo producían calabazas y arbustos de flores y hojas amargas. Entonces yo era un párvulo y aprendía a leer en la…