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EL MÓVIL DE HANSEL Y GRETEL
Hernán Casciari Anoche le contaba a la Nina un cuento infantil muy famoso, el Hansel y Gretel de los hermanos Grimm. En el momento más tenebroso de la aventura los niños descubren que unos pájaros se han comido las estratégicas bolitas de pan, un sistema muy simple que los hermanitos habían ideado para regresar a casa. Hansel y Gretel se descubren solos en el bosque, perdidos, y comienza a anochecer. Mi hija me dice, justo en ese punto de clímax narrativo: «No importa. Que lo llamen al papá por el móvil». Yo entonces pensé, por primera vez, que mi hija no tiene una noción de la vida ajena a la…
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LA CAÍDA
Virgilio Piñera Habíamos escalado la montaña de tres mil pies de altura. No para enterrar en su cima la botella ni tampoco para plantar la bandera de los alpinistas denodados. Pasados unos minutos comenzamos el descenso. Como es costumbre en estos casos, mi compañero me seguía atado a la misma cuerda que rodeaba mi cintura. Yo había contado exactamente treinta metros de descenso cuando mi compañero, pegando con su zapato armado de púas metálicas un rebote a una piedra, perdió el equilibrio y, dando una voltereta, vino a quedar situado delante de mí. De modo que la cuerda, enredada entre mis dos piernas, tiraba con bastante violencia obligándome, a fin…
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LA FIGURA
Enrique Jaramillo Levy Los inválidos, los deformes, nos turban espiritualmente porque son la prefiguración de una de nuestras posibilidades: Salvador Elizondo, en Cuaderno de Escritura. Estuvo pendiente, de una manera casi visceral, del repiqueteo leve de la lluvia sobre el vidrio, hasta que la figura de Alma adquirió una textura tan real que hubiese podido extender la mano y palparla, como si en lugar de ser una alucinación, ella estuviera realmente allí, de pie frente a su silla de ruedas, al igual que otras noches de lluvia, mirándolo fumar distraídamente su pipa. El cabello negro de la muchacha despedía siempre un nítido olor a violetas que él aspiraba, fingiendo una…
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EL GALLO
Arturo Úslar Pietri —¡Guá! Ese como que es José Gabino —dijeron las gentes al mirarlo en el recodo. —Sí, es. Mírenle el sombrero. Mírenle el modo de andar. José Gabino, con su sombrero negro, polvoriento y deshecho, con su nariz roja, con el lío de trapos atado al palo sobre el hombro, oyó las voces que lo alcanzaban. No volvió la cabeza. Estaba esperando el grito de algún muchacho. Algún muchacho vendría con ellos y gritaría: —¡José Gabino, ladrón de camino! Estaba como encogido, esperando. Pero no se oyó el grito. Las voces y las gentes lo alcanzaron en el recodo. —Buen día, José Gabino. —Buen día. —Buen día, José…
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EL GENIO DEL PESACARTAS
Teresa de la Parra Esta era una vez un gnomo sumamente listo e ingenioso: todo él de alambre, paño y piel de guante. Su cuerpo recordaba una papa, su cabeza una trufa blanca y sus pies a dos cucharitas. Con un pedazo de alambre de sombrero se hizo un par de brazos y un par de piernas. Las manos enguantadas con gamuza color crema no dejaban de prestarle cierta elegancia británica, desmentida, quizás, por el sombrero que era de pimiento rojo. En cuanto a los ojos, particularidad misteriosa, miraban obstinadamente hacia la derecha, cosa que le prestaba un aire bizco sumamente extravagante. Lo envanecía mucho su origen irlandés, tierra clásica…