¿ME PUEDO HACER UNA FOTO CON USTED?
Hernán Casciari
La primera vez que vi a un famoso fue en Mar del Plata. Yo, nueve años. Ella, Verónica Castro. Me miró con asco, y me dio como un cosquilleo ver a una estrella a medio metro. Años después conocí a alguien que había estado cogiendo toda la noche con una prima hermana de Johnny Deep.
Ver a un famoso es raro. Da cosa. Lo ves venir por la vereda y no sabés qué hacer; lo malo es que el cerebro inmediatamente te da la orden de saludar. Una vez me pasó con Facundo Cabral en Buenos Aires: me lo confundí con un mercedino, le levanté las cejas cuando pasaba y le dije «qué hacés». Qué vergüenza, la cara que me puso el cantautor no se me borra.
Hay otras cercanías, más indirectas, que son sobrecogedoras. ¿Cuántos de ustedes pueden llegar a Chaplín en cuatro pasos? Yo —extrañamente— puedo: hace mucho trabajé en la obra de teatro La Polvorienta con Carolina Fal, que trabajó en Casas de fuego con Carola Reyna, que trabajó en Las Caras de la luna con Geraldine Chaplin, que trabajó en A Countess from Hong Kong con su papá Charles. Es decir que toqué a alguien que tocó a alguien que tocó a alguien que tocó a Chaplín. ¿No es increible? Cada vez que lo pienso me estremezco. Y lo pienso, mínimo, una vez al día (para darme ánimos).
La historia más rara con un famoso —sin embargo— le pasó a mi amigo el Chiri, que trabajaba en un drugstore. Le había tocado guardia justo el mediodía de 1990 que Argentina se jugaba la clasificación a semifinales del Mundial de Italia. No había un alma por la avenida Santa Fe: todo el país estaba en su casa mirando el partido y aguantando la respiración.
Mi amigo, en el maxikiosco, se comía las uñas frente a una tele chiquitita cuando, a los 13 minutos del segundo tiempo, le entra un cliente borracho a comprar una botella de Quilmes. «O es un puto o es un japonés», pensó el Chiri con rabia antes de mirarlo a la cara. Pero no: era el Beto Mársico, que no podía ni vocalizar del pedo que tenía… ¿Cómo es posible que un futbolista serio, en el medio de un Mundial, anduviera borracho por la calle? Ése, y el asunto de las pirámides de Keops, son los dos misterios de la naturaleza que nunca voy a poder descifrar.
Yo admiro por valientes (con la misma intensidad que compadezco por boludos) a esa gente que es capaz de molestar a una celebridad para sacarse una foto. Jamás me dio el cuero para interrumpir la existencia rutilante de una estrella con las intrascendencias de mi vida. Es como si a vos, que sos un ser humano recién bañado, viniera a darte conversación un chancho. Algo así debe pensar un famoso cuando te ve venir por la calle.
Mi hermana Florencia, en su época más idólatra de Los Parchís, se los encontró en una esquina —¡a los cinco!— y estuvo a punto de sacarles conversación. Yo, que estaba con ella, la empujé providencialmente contra Tino, que la miró con bronca y le dijo la ya legendaria frase «niñata, serás gilipollas». A mi hermana le dio tanta vergüenza que se puso colorada como la ficha roja y se fue llorando sin decirles nada.
Yo sé que la salvé de convivir con el patético recuerdo de haber entablado conversación con ese conjunto musical. Pero mi hermana es terca y se niega a reconocer que le hice un gran favor. Incluso hace unos días me lo recriminaba con malos modos.
A mí todavía nunca, pero nunca, me pidieron un autógrafo por la calle. No sé si es porque me falta algo para ser famoso o porque no soy muy de salir. Pero el día que salga y los admiradores me persigan, voy a ser terriblemente antipático; voy a firmarles sin ganas, haciendo incluso esfuerzos para que no se me entienda el apellido. Y voy a mirar a mis fans igualito que me miró Verónica Castro aquel verano en Mar del Plata: con bronca, como si viera venir a un chancho.
Fuente: http://editorialorsai.com/