DE TODO UN POCO

ÉPOCA DE INVIERNO

José Monnin

Cayendo las hojas restantes del otoño. El invierno con sus pasos frescos llegaba calladamente, observando a todas las personas entrar a sus casas. El fuego en el brasero era testigo de muchos sueños como la época de este invierno:

Manuel llegaba a casa con la nariz roja y fresca. Mientras Isabel su compañera hacía el fuego para calentarse y poder recibirlo.

-¡Hola mi amor, ya llegue del trabajo! Dijo Manuel. -¡Hola mi Manu, ya te he preparado el brasero y un mate caliente! Contestó Isabel. -¡Si que eres guapa amor mío! ¡Apresúrate en venir a mi lado, tengo cosas que contarte! Volvió a decir Manuel. -¡Ya voy! ¡Espérame un rato más, tengo que cargar yerba en la guampa! Contestó nuevamente Isabel.

-¡Es increíble esta época de invierno! Dijo asombrado Manuel. -¿Por qué dices eso? Preguntó Isabel.

-No sé si es solo a mí, lo que en cada invierno me ocurre, pero, miro a las gentes volverse pasivas, las calles quedan vacías, los árboles abandonados, las casas cerradas, y el viento silbando como un vagabundo sin destino y sin hogar. Me es todo tan raro, que mi nariz es testigo de la frialdad de la gente. Dijo Manuel.

-No seas irónico y cuéntame más de lo que te asombra cada invierno. Agregó Isabel.

-Está bien, espero no desparrames el mate sobre mí. Pero, cuando voy entrando en Limpio, cerca del Paso Ñandejára, escucho como carretas venir, gentes atormentadas, gritando, y es como si fuera que el puente desaparece y Limpio se vuelve como isla en medio de fantasmas. Suelo mirar atrás por si alguien viene, pero no pasa nada y siento que alguien camina conmigo al ritmo de mis pasos, tampoco pierdo la calma, por si alguna persona me ve corriendo, o gritando por las calles, dirán que estoy loco, y la casa se vuelve muy lejana, que pareciera nunca alcanzarla, lo primero que hago al verla desde lejos es suspirar bien grande. Contó Manuel.

-¡Pero no te salgas del texto! ¡Es muy interesante lo que me cuentas! Dijo Isabel. -¿Segura qué quieres escuchar más? ¿No te estarás burlando por dentro? Contestó Manuel. -¡No! ¡Claro que no me estoy burlando mi Manu! ¡Me parece muy interesante lo que dices, además la televisión no funciona, y me gusta escuchar tu historia! ¡Anda, sigue contándome por favor! Dijo Isabel.

-Bueno, llegando a la entrada de Costa Azul, también ocurre lo mismo. Observo a los árboles y pareciera que tienen vida, o tratan de decirme algo. Me paro por un rato y no veo a nadie, solo escucho el grito de personas viniendo por el viento, y me pregunto, ¿Cómo estarás? ¿No te estarás volviendo loca por estar encerrada del frío? ¡Y cosas así! Hasta que de pronto una fuerza se apodera de mis pies, empezando a entrar por el empedrado, tratando de caminar rápido, y un escalofrío subiendo por mi cuerpo. Me hacían ver cosas increíbles. Como por ejemplo: indios sueltos, corriendo de algo, como si tuvieran miedo, y todo desaparecía lentamente, aun las personas iban y venían a una velocidad sorprendente, como si el tiempo perdiera su eje. Agregó Manuel.

-¿Por qué te callas? Preguntó Isabel. -¡No es nada! ¡Sólo que no recuerdo una pequeña parte de lo que vi! Volvió a agregar Manuel. -Bueno, no te esfuerces, solo cuéntame lo que recuerdas, mientras pongo más carbón al brasero. Dijo Isabel.

-A mitad de camino, doble por la calle del medio para llegar más rápido, y nuevamente vi algo entre los yuyales, a hombrecitos casando conejos. Miraba por las casas a ver si estaba alguien afuera, para distraerme, pero nadie estaba. Dije que estaba volviendo loco, ¿O ver demasiadas películas ya me trabajaba en la mente? Luego volví a decir que era bueno que no esté nadie afuera de sus casas, o por las calles, porque sería ridículo contar a alguien sin saber si te creerán o no. Realmente todo es raro. En cada invierno me ocurre lo mismo, ya no deseo que llegue el invierno. Ahora que pienso, ¿Será qué por eso los osos duermen en invierno? ¿A lo mejor tienen el mismo problema que yo?. Creo que eso sería mi última esperanza.

Ahora que recuerdo, también pude ver varios karanday que lloraban, porque decían que eran feas y solo servían para postes de luz. Y, no solo eso, también sentí que quedaban pocas por estorbar en los caminos, ni para dar sombras están. Todo es tan raro que por un momento todo giraba rápidamente y al mismo tiempo lentamente. ¿De seguro estarás pensando que son meras palabras? Dijo Manuel. -¡Claro que no mi Manu! ¿Cómo crees eso? Lo que me cuentas es algo fantástico que me hace imaginar los hechos, podríamos escribir un libro. Contestó Isabel.

-¡Yo la relato y tú las escribes! Dijo nuevamente Manuel. -¡Sí! Eso podríamos hacer, pero es muy corto para poder escribirlo, creo que debes contarme más de lo que te ocurre en épocas de invierno. Agregó Isabel.

-Ahora que recuerdo, cerca del arroyo pude ver a un señor bastante viejo, con un sombrero de paja y una camisa sucia, recorriendo el arroyo, y es como si buscará algo. Después me puse a pensar y me asuste un poco, porque me llamó la atención el no estar abrigado, y dije, ¿Será un fantasma? Seguro que es un alma en pena.  ¡Ojala no me vea! ¡O, si me ve que sea para mostrarme algún plata yvyguy! Sería bueno eso para dejar esta pobreza. Pero el señor seguía buscando algo y no me animé a cruzar por ahí.

De repente detrás de mí, llego don Félix con su bolsón y cuando me habló grité fuertemente, miré en el arroyo y el señor ya no estaba. Don Félix me preguntó si estaba bien, ¿Por qué miraba el arroyo? No es nada, le contesté, sólo pensaba y no te vi cuando llegabas, y por eso me asusté.

-¿Te has asustado verdad mi amor? Tu cara me lo dice. Dijo Isabel. -Realmente si me asusté, te imaginas ver un alma en pena, y que todo se vuelva callado y de repente te digan, ¿Mba’e rejapo? Contestó Manuel. -Creo que tienes razón, pero sigue contándome más. Espera un ratito, voy a cambiar la yerba. Dijo nuevamente Isabel. -¡Esta bien! Contestó Manuel.

-Ahora si ya puedes contarme más de lo que te ocurre, pero antes de eso, ¿Cómo es que a mí nada de eso me sucede? Suelo andar por el fondo, o cuando las gallinas están inquietas, y nunca veo ni siento nada. Y eso que nuestra casa es pequeña, rodeada de plantas. Dijo Isabel. -Mejor que no veas nada, ni sientas mucho menos, porque no aguantarías el susto que te podría causar. Yo apenas llego a casa, el frío me hace lento, y el miedo aun más, y te imaginas tú que eres mujer. Agregó Manuel. -Creo que tienes razón, ahora cuéntame un poco más, luego cenaremos y nos acostaremos a dormir, mañana es un día largo y fresco. Ya casi son las nueve de la noche. Dijo nuevamente Isabel.

-Venía don Félix hablando de trabajo, hasta que entro a su casa y nuevamente me veía solo por el largo empedrado. Me llamó la atención las nubes negras que cubrían todo el cielo, es como si tuvieran ojos enormes controlando mis pasos, y detrás de esos ojos pareciera que había una lucha campal, y por eso lloraban las nubes. Al soplar congelaba a todos los que estamos bajo ella. También al llegar en la esquina de casa, pareciera que un enorme hombre vigilara la casa, y un miedo recorría mi cuerpo, y mi nariz se volvía más fresca que nunca. El árbol del frente ardía en fuego pero sin consumirse, pareciera que también peleará contra las nubes. Es todo tan raro y tan difame este mundo en que vivimos, tal vez, sea cierto lo que dicen:»Que solo somos sombras, hombres paganos, sin esperanzas e influenciados por lo que vemos o escuchamos» sentenció Manuel.

-¡Son muy lindas tus palabras amor mío! Mañana seguirás contándome más de lo que vas a vivir nuevamente allí afuera! Dijo Isabel. -Creo que si lo haré, el invierno recién empieza, y cada vez más frío va a ser. Bueno ahora vamos a cenar para dormir en paz. Concluyó Manuel.

Fuente: https://liternauta.es/

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

− 3 = 2