DE TODO UN POCO

5 de febrero

Lucas de Costa

En una habitación inmensa hay un nene de diez años con un ambo celeste agarrando de la mano a su novia. Ese nene de diez años soy yo y hoy es 5 de febrero de 2017. Está por nacer Yago. Mi hijo. Y yo estoy ahí, paradito, con mis diez años, sin entender absolutamente nada.

Hace unos cinco minutos, más o menos, yo tenía treinta y entraba a un cuarto diminuto para ponerme el ambo celeste que tengo puesto ahora y dejar, con toda mi ropa, la ansiedad que me apretaba el cuerpo. Supongo que fue eso, un montón de ansiedad, si no, no entiendo.

Cuando me saqué la remera perdí los primeros diez años. Fue automático. De repente tenía mi cuerpo de veinte poniéndose un ambo y saliendo a caminar por el pasillo de un hospital, buscando una sala de partos.

Tenía veinte y caminaba tan perdido como hace diez años pero sin esos cinco kilos de dudas que cargaba en aquella época, en una mochila negra con un montón de ropa y varios cuadernos escritos. Esta vez caminaba liviano hasta la habitación que estaba al final del pasillo.

Entré y la vi. Rocío estaba acostada en la camilla con cientos de luces iluminando el tiempo. Caminé con todas las sensaciones posibles en cada paso y al llegar a su lado, al agarrar su mano y mirarla, con los nervios empañando los ojos, perdí otros diez años, de golpe. Exhalando en un segundo toda mi adolescencia.

Ahí estoy yo ahora. Un nene de diez años con un ambo celeste, sosteniendo la única mano que me puede mantener parado. Ahí, en esa habitación inmensa en la que estoy a punto de ser papá.

Siento el cosquilleo del pasto que a los diez años amontono en cada una de mis rodillas. No sé si estoy preparado para ver nacer a un bebé.  A los diez años ni siquiera estaba preparado para besar a una chica y en frente ahora la tengo a ella. Ella, que es hermosa, segura y fuerte, y yo, que soy un gordito molesto al que le gusta imaginar historias imposibles por las noches, con la almohada pegada a la cabeza y la realidad del otro lado de la puerta. Ahora vivo una historia mucho más nítida que cualquiera que haya inventado. Ahora soy uno de los protagonistas de esta historia, que me agarró desprevenido imaginando cómo quería vivir mi vida.

La partera me sonríe. El doctor dice algo que no entiendo. Ella hace fuerza.

Las palabras no existen. Nos miramos y todo alrededor se mueve en silencio. Yo con diez años no entiendo absolutamente nada. Un grito de ella me devuelve al tiempo. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que ni siquiera tengo diez. Volvió a pasar. Y esos últimos años se van con el apretón de una vida peleando por nacer.

Me congelo. Estoy solo, con un montón de oscuridad. Siento una fuerza que me empuja. Silencio. Una luz. Un segundo y el sonido vuelve. Vuelvo a respirar. Vuelvo a la vida. Y vuelvo a tener diez años.

La miro y una sonrisa nos refleja. Me agarran de la mano y me llevan con él a una habitación más pequeña. Todo pasa muy rápido. Acercate, me dicen, hablale. Tiemblo. Hago dos pasos. Le agarro la mano y las lágrimas inundan mis ojos sin poder salir. Soy muy chico para entender el llanto pero otro llanto es el que ahora me seca los ojos. Un llanto de vida, una vida entera que me devuelve diez años, en un instante.

Ahora vuelvo a tener veinte y levanto por primera vez a mi hijo. Camino seguro, lo agarro confiado. Nunca me sentí tan de veinte años. Me acerco a la camilla y la vuelvo a mirar. Somos tres relatos de una misma historia. Caminamos juntos hasta otra habitación, la nuestra. Y sin darme cuenta recupero los últimos diez años de mi vida. Vuelvo a tener treinta y soy el papá de Yago. Ahora y para siempre.

Fuente: http://elcuadernoazul.com.ar/

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