LITERATURA

UN TRISTE ALMUERZO LATINO EN USA…

 

 

Gino Winter

 

Acababa de salir de una fabricucha de cuarta en el barrio de Kearny, New Jersey, en uso de mi break o refrigerio de media hora. Me dolia todo el cuerpo, pero más me dolía mi dignidad y mi amor propio, ya que luego de años de estudios y un currículum gerencial respetable, había tenido que aceptar —por necesidad— un trabajo de asistente de gerencia en una fábrica de productos plásticos para automóviles. Una renuncia intempestiva de los cuñados chinos del gringo dueño de la fábrica, quienes operaban su almacén, hizo que tengamos que remangarnos las mangas de la camisa y hacer las de estibador durante horas y horas en medio del polvo, la lluvia y el calor húmedo del vetusto edificio. Me sentía casi como un loco zarrapastroso salido de la fábrica de vidrios del cuento No una sino muchas muertes, de Enrique Congrains (Llevado al cine por Pancho Lombardi como Maruja en el Infierno).

Caminé dos cuadras hasta el Shop Rite Supermarket y me acerqué a la sección de comida al paso, donde desganado y hecho un adefesio, solicité en un descuidado inglés, un pollo a la plancha con ensalada. Un sonoro y retador Whaaattt?me hizo dirigir la mirada hacia una señora gorda de rasgos indígenas que enfundada en su uniforme blanco de panadera, me miraba con desprecio y me resondraba en inglés haciendo muecas de asco… Le repetí mi orden pero esta vez en castellano, a lo que respondió —en peor modo y haciendo ademanes despectivos como si me estuviera despidiendo— que ella no hablaba español y que pronunciara correctamente o que me vaya a comer al mercado latino. Era lo último que me faltaba para completar el día: una dependienta menopáusica, alienada y de escazos bríos mentales, con vocación de vocera del Ku Klux Klan…

Pensé cristianamente que quizás decía la verdad y haciendo uso de mis ejercicios de respiración Zen, le dije dulcemente, en español, sin perder la sonrisa: «Si Ud. no habla Español, entonces, esa cara de campesina nicaragüence, se la ganó en una rifa?». El color encendido que apareció en sus orejas cobrizas y se extendió por su rostro de carátula de la National Geographic, me hizo constatar que había entendido perfectamente mi comentario y que una ráfaga de realidad le acababa de refrescar la memoria en sus capítulos más autóctonos.

El hambre y el escaso tiempo del que disponía antes de regresar a mi esclavitud de empleado-obrero indocumentado, me impedían seguir con mi experimento psico-social y antes de que la mirada de mil maldiciones de ese grotesco personaje —que intentaba maltratarme gratuitamente y sin necesidad— me quitara las ganas de comer, decidí pedirle con los mejores modales y en perfecto inglés, que me indicara la oficina del gerente para hacerle a él mi pedido, a ver si por casualidad el señor me entendía y así podía comer en paz, como todos los demás santos de la cofradía. En un Español claro, que no podría llamar perfecto por las fallas gramaticales que su poca cultura le obsequiaba, la new american citizen me dio a entender que no sería necesario, mientras me servía con premura y generosidad el fiambre que a la postre sería mi triste almuerzo.
Le agradecí con exacta cordialidad y sin hacer referencia alguna a su estúpida actitud, ni tratar de regalarle un espejo o de darle lección alguna, merecida o no. La vida se encarga de esas cosas…

 

Fuente: https://cronicasilegales.blogspot.com

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