LITERATURA

LA ISLA DEL AMOR

 

 

Luzrosario Aráujo G.

 

La pareja llegó hasta esa ciudad atraída por la fama de la belleza de sus islotes. Desde donde estaban, y con la ayuda de unos binoculares, podían divisar las más cercanas, especialmente la conocida como “La isla del amor”. Una larga y ancha franja de arena separaba al pueblo del mar. La playa estaba repleta de conchillas, caracoles, caballitos de mar y los hoyos que se notaban denunciaban la presencia de cangrejos.

Esa arena grisácea se veía aún húmeda, por haber permanecido toda la noche bañada por las olas del mar. Solo después de que el sol comenzó a aumentar su calor, empezó a entibiarse la arena, mientras el olor a sal, a mariscos, se esparcía por el ambiente.

Ellos habían visto postales que mostraban a la isla emergiendo de las profundidades del mar, imponiendo su presencia y belleza de sol a sol, y sumergiéndose luego al atardecer. Eso despertó en la pareja el deseo de conocerla y explorarla.

Confiaron en un par de jóvenes para trasladarse hasta la isla. Por veinte dólares ellos los llevarían al lugar, además de dar un paseo por los demás islotes; debían regresar a recogerlos antes del atardecer.

Los jóvenes se presentaron con una canoa típica del pueblo y la introdujeron al mar empujándola. De un salto uno se colocó a la proa, el otro a la popa, y comenzaron a remar como profesionales.

Poco a poco se fueron internando y dejaban atrás el pueblo, las aguas traslúcidas y el fondo rocoso. Frente a la inmensidad del mar se sentían insignificantes. La magia aumentó cuando se encontraron frente a una roca negra gigante, incrustada en medio de las islas que se levantaba imponente como un guardián del lugar. La cúspide estaba formada por un grupo de cañones largos, que apuntaban en varias direcciones. Las aves que la poblaban, la habían convertido en su refugio.

Al descender de la canoa en “La isla del amor”, pagaron a los jóvenes una parte, recibirían el resto al regreso. Deberían retornar a recogerlos en la tarde antes de que la marea subiera, y el mar como dueño de la isla, viniera a sumergirla. La pareja se quedó en la isla acompañada de la cabeza negra de la roca y sus cañones llenos de aves.

Los jóvenes partieron sonrientes y la pareja, por fin sola, se recostó sobre las toallas a disfrutar del momento. La isla estaba formada por un montículo de arena, el cual era golpeado, con perezosa suavidad, por sus contornos. El agua, de un verde azulado, formaba un manto espumoso que adornaba sus orillas.

Después de almorzar, lo que habían llevado, la pareja cayó en la somnolencia de la siesta cuando de repente les despertó un golpe y un remezón que les hizo sentir como si se hubieran caído de un árbol. El golpe había llegado acompañado de un rugido el cual había irrumpido en todo el ambiente.

Sobresaltados se incorporaron para tratar de descubrir de dónde provenía ese ruido, pero la isla ya había comenzado a moverse, a dar saltos y a vibrar. Sospecharon que estaban pasando un temblor e imaginaron a todos en el pueblo corriendo, alejándose de la playa, temiendo ser arrastrados por las olas, y que la gente gritaba:<< ¡temblor!, ¡temblor! ¡maremoto! ¡maremoto!>>.

La pareja sólo tuvo tiempo para abrazarse, porque una ola los arrastró, zarandeándolos les dio vueltas junto con las ropas, zapatos y restos de comestibles. Ellos solo rogaban que no fuesen arrojados contra la roca. El sintió su cuerpo herido y vio el de ella cuando rozaba los bordes ásperos de la roca. Rebotando una y otra vez cayeron dentro de una ola que los absorbió con una fuerza superior y sobrenatural; resignados dejaron de luchar.

Juntos fueron a dar a un lugar extraño y resbaloso. En un principio se quedaron desubicados, pero luego se pusieron investigar el lugar para saber dónde estaban. Descubrieron que se encontraban dentro de una gruta. Notaron que a un lado de ese lugar había más luz que en el otro extremo; desde donde estaban podían escuchar, al fondo, el sonido del mar.

Se encaminaron hacia el lugar de más luz y descubrieron que las rocas formaban un laberinto que impedía la entrada del agua al interior. Ese laberinto era la antesala de la gruta y servía como hábitat a mariscos, peces y plantas marinas. Al otro lado, encontraron osamentas humanas. El lugar estaba lleno de estatuas de piedra y sal, eran figuras de hombres y animales en diferentes posiciones, esculpidas, por alguien, con maestría.

Descubrieron unos peldaños, escalones, que llevaban a una plataforma. Los escalaron y al llegar a la plataforma cayeron en cuenta que estaban arriba de la roca negra, aquella que habían visto al llegar a la isla, y que tenía forma de cabeza; ese lugar era la parte interna donde terminaban los cañones, aquellos que también habían visto a su arribo.

Sabiendo que eran tubos que daban al exterior, se pusieron a gritar pidiendo ayuda, pero detrás de cada grito las aves graznaban, sacudían las alas y las olas apagaban sus voces.

Calculando que los jóvenes estarían buscándolos se pusieron a mirar al exterior, a través de los tubos de los cañones, y pudieron descubrirlos acompañados de un grupo de marinos.

Ellos estaban dando vueltas a la roca, y a las islas, buscándolos. La pareja entusiasmada comenzó a gritar nuevamente, para que los jóvenes pudieran oírlos, pero los pájaros y las olas seguían apagando sus voces. Los jóvenes observaban detenidamente los cañones; pero no podían descubrir, al fondo, los ojos angustiados y las bocas de esos dos que se abrían pidiendo auxilio, mientras los pájaros graznaban.

 

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