• LITERATURA

    EL HOMBRE QUE RÍE

        J. D. Salinger   Todas las tardes, cuando oscurecía lo suficiente como para que el equipo perdedor tuviera una excusa para justificar sus malas jugadas, los comanches nos refugiábamos egoístamente en el talento del jefe para contar cuentos. A esa hora formábamos, generalmente, un grupo acalorado e irritable, y nos peleábamos en el autobús –a puñetazos o gritos estridentes– por los asientos más cercanos al jefe. (El autobús tenía dos filas paralelas de asientos de esterilla. En la fila de la izquierda había tres asientos adicionales –los mejores de todos– que llegaban hasta la altura del conductor.) El jefe sólo subía al autobús cuando nos habíamos acomodado. A…