• LITERATURA

    LA ETERNA NALGA DE CORTÁZAR

        Ariel Dorfman   Mucho antes de que me despidiera para siempre de Julio Cortázar me había dado cuenta, para mi asombro y pesar, de que él no era inmortal.   Le hablé por última vez desde Estados Unidos en enero de 1984, cuando pensé que iba a poder visitarlo en París dentro de poco, reunión que no se concretó porque tuve que cancelar ese viaje debido a que mi hijo mayor, Rodrigo, se rompió un pierna. Pero alcancé a hablar con Julio en esa ocasión –sobre su estadía reciente en Nicaragua, sobre la fatiga que lo acosaba, sobre cuánto echaba de menos a su querida Carol. Y también…